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sábado, 13 de abril de 2013

DE DRAGONES, CABALLEROS, LIBROS Y ROSAS


La diada de Sant Jordi el 23 de Abril,  aunque no es fiesta oficial, es uno de los días más hermosos para vivir en Cataluña, sobre todo si te gusta la literatura. Las calles se engalanan de puestos de libros y de rosas y se vive un ambiente especial.


Mucho mejor si la festividad cae en día laborable como es el caso de este 2013, porque así no se produce el éxodo de los fines de semana de primavera y podremos disfrutar de la diada con una multitudinaria participación popular (últimamente demasiado multitudinaria).
Para los que no hayáis vivido nunca el día de Sant Jordi en Barcelona, imaginad una ciudad tomada por vendedores de rosas de todos los colores (aunque la tradicional es la rosa roja) y puestos de venta de libros en las calles. Antes en cada barrio teníamos nuestras librerías de toda la vida que sacaban a la puerta toda su mercancía. Hoy en día estas librerías de barrio han ido lamentablemente desapareciendo y los puestos de libros se concentran en las principales arterias comerciales de la ciudad, Passeig de Gràcia, Ramblas y Plaza Catalunya.


En estas zonas se sitúan los tenderetes de las grandes librerías y centros comerciales donde normalmente se forman las aglomeraciones por  que los escritores que sacan libros por estas fechas firman ejemplares de su última novela y según el escritor y sobre todo si es un escritor mediático, colas de enfervorecidos lectores, ejemplar en mano, llegan a impedir el paso normal por la acera. Este año entre muchos otros firmarán Javier Cercas, María Dueñas, Albert Espinosa, Jorge Molist, Paul Preston y Kate Morton.


En Catalunya esta fiesta está considerada como el día de los enamorados catalanes y la tradición era regalar el enamorado una rosa roja a su enamorada, detalle que ella correspondía regalándole a él un libro. Hoy en día y gracias a la tan batallada igualdad femenina, somos muchas las mujeres que reclamamos también nuestro libro por Sant Jordi, aunque no perdonamos la rosa tampoco.


Sant Jordi es el Santo Patrón de Cataluña y de muchos otros territorios, y ha pasado de ser el militar romano martirizado por su fe del San Jorge pseudo histórico al héroe lanza en ristre de la popular leyenda que corre por toda Europa. En Cataluña se explica esta leyenda pero adaptándola a la geografía local. En vez de situarla en Capadocia, que nos pilla demasiado lejos, se sitúa en La bella población medieval de Montblanc en la comarca de la Conca de Barberà.


La leyenda sigue más o menos el guión clásico: Un fiero dragón que aterroriza la villa de Montblanc. La bestia era imbatible, caminaba, volaba y nadaba a la perfección y además tenía un grave problema de halitosis, siendo su aliento un tufo mortal. El bicho se zampaba rebaños enteros  de una tacada y devastaba sembrados de los sufridos ganaderos y campesinos para hacerse una ensaladita.


Como se suele hacer en estas situaciones, se impone un sacrificio; mejor si es un sacrifico humano, que esto nunca falla. Así los pobladores de Montblanc comenzaron a llevar al monstruo una persona cada día para saciar su apetito y conseguir que dejara en paz vacas y trigales. Por que una persona llena mucho y zamparse una tiene las mismas calorías que zamparse  rebaños y sembrados enteros, como todo el mundo sabe.
Como que no había muchos voluntarios para entregarse al apetito del dragón, se organizaba cada día un sorteo a ver quien sacaba el numerito y así se hizo durante mucho tiempo sin que a nadie le importara lo más mínimo la suerte del pobre “agraciado”; hasta que, mira por dónde, la “suerte” se cebó en la hija del rey, la bella Cleodolinda.

Algunos pelotas del rey se ofrecieron a entregarse a la bestia en vez de la princesa, pero el rey, como acostumbran a hacer los reyes hoy en día por televisión, aseguró que la ley es para todos iguales y que a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga.
Así que la princesa resignada tuvo que ir a declarar ante el juez, digooo, tuvo que ir a encontrar la horrible muerte entre las fauces del dragón mientras los pueblerinos la miraban desde las murallas, que el zamparse un dragón a una princesa es una cosa que da mucho morbo.
Pero cuando la princesa estaba casi en la guarida de la bestia, de pronto apareció un joven y apuesto caballero vestido con blanca armadura y montando un blanco caballo, todo tan blanco, tan blanco  que relucía con luz sobrenatural. La princesa ante tan inesperada aparición, no acertó más que a decirle que fuera con cuidado que por allí vivía una mala bestia que no se quedaría boquiabierta como ella contemplando el bello caballero, o más bien dicho, quizás boquiabierta sí, pero con el caballero, el caballo, la lanza y la armadura entre los dientes.

Pero el refulgente doncel le dijo que no temiera, que para eso había venido él, para salvar a la princesa y la villa de Montblanc del sanguinario monstruo (se ve que por los 300 que habían sido zampados antes no valía la pena venir de tan lejos).
En esto que llegó el monstruo que hacía rato que esperaba el desayuno y el desayuno no venía y comenzó una intensa lucha entre el caballero y el bicho.
Tras unos minutos de angustiosa pelea a lanzazos y escupitajos de fuego, el caballero le clavó su lanza dejando malherido al dragón, procediendo luego a atarlo fuertemente y a entregarlo a la princesa Cleodolinda que lo miraba todo con ojos como platos, pensando en lo bueno que es ser princesa para poder librarse de marrones como este.


El blanco caballero y la bella princesa llegaron a Montblanc arrastrando al dragón en loor de multitudes. En la plaza Mayor, los pueblerinos remataron la bestia para que no sufriera a base de pedradas, patadas y mordiscos y de la sangre del dragón surgió un bello rosal de rosas tan rojas como nadie había visto nunca.
El caballero cortó una rosa y se la ofreció a la princesa que en ese momento pensaba que se derretía de gusto y más aún cuando oyó a su padre el rey ofrecerla en matrimonio al bello y blanco desconocido, como es lo normal entre reyes en estos casos.
Pero, ¡ay!, para decepción de Cleodolinda el caballero dijo que era Sant Jordi, que lo había enviado Dios para liberarlos del dragón y que a partir de ahora fueran buenos cristianos y rezaran mucho para que nunca más se les castigara con bestias devoradoras de princesas y entonces desapareció, para pasmo de lugareños y llanto inconsolable de la princesa que ya estaba planificando la luna de miel.
La figura de Sant Jordi y el dragón está muy presente en el arte catalán, siendo muchas las estatuas del santo distribuidas por las calles y plazas de toda Cataluña, amén de en infinidad de iglesias para su culto.
Yo me quedo con el homenaje al dragón hecho por el genio de Gaudí en el terrado de la casa Batlló, ¡magistral!


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